31 de octubre de 2017

Ratón y la noche de Samhain

Ilustración de Felicia Olin

Qamar le había estado contando mil y una historias acerca de las antiguas creencias. Historias ancestrales que habían puesto los pelos de punta a Ratón y ensortijado sus bigotes. Qamar era estupenda a la hora de recrear cuentos pero Ratón era único para vivirlos.

- Hoy es una noche muy mágica... donde todo puede pasar. Debes estar preparado para cualquier cosa -le había dicho. Ratón tragó saliva.

Era ya otoño pero aún los árboles tenían hojas. Estas bailaban al son de una suave corriente de viento que ululaba como una canción de cuna de punta a punta del bosque. Todo parecía un rumor extraño que le cortaba un poco la respiración. Además, notó que la luz de la luna parecía menguar y al mirar al cielo, en un momento dado, no vio a Qamar. Empezó a llamarla, sin dejar de correr por el estrecho sendero y sin recibir respuesta. Hasta los árboles parecían echarse sobre el camino como fantasmas de largos brazos.
El corazón le latía tan fuerte que no escuchaba tampoco el sonido de la noche, ni los cantos curiosos de unos pájaros nocturnos que se iban acrecentando conforme la senda parecía cerrarse todavía más, hasta que, de pronto, alguien le dio el alto. Ratón intentó frenar pero iba a tal velocidad que sus patitas derraparon, y se detuvo un poco más allá, justo a los pies de una linda brujita vestida de negro y portando un alto gorro de ala ancha. Su carita, blanca, y sus ojos, enormes, llenos de vida y expectación.  Una mirada muy limpia.

- ¡Detente! -le dijo a Ratón.
- ¿Qué quieres? ¿Quién eres? ¡Me has asustado! Esto está muy oscuro.
-  No te voy a hacer daño. Mírame bien.

Ilustración de Mab Graves

Ratón tardó en poder hacerlo. Estaba inquieto y el corazón parecía recorrerle cualquier parte del cuerpo menos el pecho. Ni se dio cuenta de que la brujita no tocaba el suelo, sino que levitaba sobre él como por arte de magia.

-¿Me conoces? -Ratón negó-. ¿Y Qamar?
- No lo sé. Venía conmigo pero ha desaparecido...
- ¿Estás seguro? ¿No te ha dicho que esta noche es mágica y que tienes que estar abierto a ver cosas extraordinarias? -Ratón se quedó pensativo unos segundos. Parecía que empezaba a entender y a ver las cosas más claras dentro de aquella oscuridad que les rodeaba.
- ¡¿Qamar?! ¡¿Eres tú mi lunita?!
- Soy yo... tu lunita -sonrió la brujilla-. ¿Crees que iba a dejarte solo en una noche como esta? ¡Vamos! ¡Sígueme!

Ambos caminaron a la par, terminando de andar el sendero, hasta que se abrió un claro donde una enorme hoguera estaba prendida, y, a cuyo alrededor, un grupo de asombrosos seres bailaban y  cantaban. Ratón ni conocía el baile ni entendía lo que cantaban. 

- Hay que esperar que el fuego se calme un poco.  Mientras, cantaremos y bailaremos. Te enseñaré a bailar y deberás aprenderte al menos una canción. Celebramos el Samhain. Esto ocurre cada noche del último día de octubre, cuando desde hace siglos, se celebraba el final del tiempo de verano. Acabadas las cosechas, se hacía por entonces una celebración para agradecer la dicha de ellas. Era como decir adiós al tiempo que había traído la luz de un dios llamado Baal, y se daba la bienvenida al otoño, a la oscuridad... al reino de Samhain. No ha dejado de ser una fiesta alegre donde también se recordaba a los difuntos. Se colocan manzanas rojas en las ventanas, ramas de laurel, velas, flores... Se acompaña a los que ya no están y mediante el fuego se llama a la alegría y a lo nuevo.

Ratón escuchaba atento la explicación. Le parecía algo extraordinario y empezó a sentirse mucho más cómodo, como si flotara, como si un ser interior saliera de él y pudiera moverse con una libertad hasta entonces desconocida.

Ilustración de Nicoletta Ceccoli

Bailaron, cantaron, tomaron bebidas de brillantes colores y comieron algo que Qamar, con la ayuda de otras brujitas, cocinó en las brasas de la hoguera que seguía más viva que nunca hasta que al llegar la medianoche, el cielo se llenó de millones de estrellas que parecían flores de cientos de colores que, conforme se acercaban, cambiaban de forma, convirtiéndose en increíbles y fosforescentes figuras.
Ratón miraba sin poder articular palabra, con la boca abierta, maravillado de lo que sus ojos estaban viendo, de lo que su corazón sentía, de lo que su alma vivía...

- ¿Quiénes son esos seres? -preguntó el ratoncillo.
- Son seres mágicos. Son almas de quienes ya no están y esta noche, recuerda que es mágica, pueden venir a este nuestro mundo y así compartir  todos juntos unas horas antes del alba. Observa bien, mi querido Ratón, porque igual entre esos seres hay alguien que tú conoces y desea saludarte.

Ratón se sobrecogió. Se sintió temeroso pero sabía que al lado de su lunita Qamar nada malo podría pasarle. La miró. Respiró hondo. Los ojos se le iluminaron y unas gotas de rocío tibio empezaron a recorrer sus mejillas al identificar al ser más maravilloso que sus ojos habían visto nunca.
Sí, efectivamente, era una noche mágica, muy mágica...

Fotografía de  Ellen Van Deelen

3 de octubre de 2017

Una velada azul

Ratón de la red

Observaba Ratón el cielo estrellado. En esas noches sin luna, las estrellas tintineaban de forma especial. Desde su árbol observatorio, la perspectiva era increíble. Más allá el lago donde Qamar se bañaba cada noche, reinaba el bosque y, de entre las frondosas ramas de los árboles, revoloteaban las luciérnagas como miles de hadas portando sueños que cumplir para miles de niños que soñaban con ellas.

Pero el corazón de Ratón estaba inquieto. En cualquier momento aquellas nubes se disiparían. Rezaba por ello. Y tras ellas, como el velo de una novia que cubre el rostro, aparecería la amplia sonrisa de su luna tras siete largas noches con sus siete días sin haberla  visto, pensándola y dibujándola tantas veces que la tinta de sus pinceles también la nombraba de mil y un colores, de mil y un sentimientos.
Ahí apareció, con esa media sonrisa que, poco a poco, se iría haciendo plena e luminaria todo el cielo apagando hasta el brillo de aquellas estrellas tintineantes en la noche.

Estaba tan nervioso que no se daba cuenta de que su colita empezaba a moverse de forma inconsciente, hasta que uno de aquellos arrebatos se llevó por delante casi todo lo que había sobre su mesa de trabajo.

-¡Ay, madre! –exclamó llevándose las patitas de delante a los bigotes que también habían experimentado cierta reacción, convirtiéndose en unas pequeñitas espirales que se estiraban y encogían.- ¡Ay…, ay, ay…!
- ¡Ratón…! –llamó Qamar, asomando una corona blanquecina por la ventanita.
- ¡Mi lunita!

Tan contento se puso que no reparó en nada que no fuera bajar rápidamente por el tronco del árbol, decidiendo, a eso de unos pasos, enormes para un roedor como él, saltar sobre la hierba.  Llevaba demasiado ímpetu y acabó con el morrito encajado en el suelo, levantando un pequeño montículo ante sus bruces. Se sintió un poco azorado y avergonzado. Resopló y elevó la vista. Ahí estaba la sonrisa de su luna para reconfortarle. Le tendió un halo plateado, como quien tiende la mano para ayudar a poner en pie.

Christian Schole
- Ratón, si vas así de rápido es verdad que puede que llegues antes a donde quieras pero te pierdes los detalles –ironizó acariciándole el flequillo entre sus orejitas.
- ¡Tenía muchas ganas de verte!
- Has de saber controlar  ciertas emociones… porque si te ciegas puede venir un gato… y ¡¡¡zasss!!! ¿Y qué haría la luna sin su ratoncito? 

Ratón se encogió de hombros, ladeó la cabeza, puso ojitos y quiso dibujar una sonrisa en medio de las ganas de llorar por el sentimiento que le producía tener tan cerca a Qamar. Suspiró.

- ¿Quieres dar un paseo por el lago?
- ¡Síiiii! –pronunció lleno de alegría-. Pero... espera un segundo. ¡Tengo una sorpresa!

Raudo y veloz comenzó el ascenso por el tronco. De pronto, se detuvo. Miró a Qamar, sonrió y prosiguió pero ya más pausado.  Unos minutos después, ayudado por la polea que había construido desde la ventana, bajaba una cestita. Su luna sonrió.

- ¿Recuerdas que tenemos una cita pendiente? –preguntó Ratón.
- ¿¡Cómo olvidarla!? ¿Qué llevas ahí?
- Es una sorpresa –sonrió-. Un aguamiel... azul... Tan azul como tú... Y unas bolitas de queso, pasas...
- Mmmm... Realmente, siempre logras sorprenderme -reconoció Qamar, iluminando el rostro de Ratón con aquella sonrisa que brillaba en la noche.

Se encaminaron hacia el lago. Ella con su brillo a medio desvelar.  Y él, feliz de todo aquello, canturreando algo que halagara los oídos a Qamar.

Ya en el lago, Ratón lo dispuso todo pero antes de cenar, invitó a la luna a bailar con él. Extendió las manitas hacia Qamar. Esta anudó dos finitos hilos de plata alrededor  de ellas.
Y una mimosa brisa, de esas de primeros de verano, empezó a mecer las copas de los árboles componiendo una suave melodía con las hojas. El viento dibujó pequeñas olas sobre el agua. En ellas, como dos de aquellas hojas, danzaron, dejándose llevar por una armonía de ensueños que había nacido hacía mucho tiempo.

Qamar, ahí, desde la atalaya de su cielo. Él, ahí, a partir el mundo desde el que soñaba... (comérsela a besos).


Ilustración e la red



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